sábado, 22 de agosto de 2009

Preparado para lo que me echen


¡Qué bien sienta dormir con sueño aunque tu cuerpo no detecte la noche! Son cosas del jet-lag. A las 22:00 hora local mis huesos están ya a las seis de la mañana en España, casi al borde del suave amanecer mediterráneo. Sin embargo, en Managua es buena hora para echar un sueño, y mucho más en un hotel muy agradable, con muchos jardines y servicios verdaderamente interesantes. No he tenido tiempo ni ganas de darme un baño en la piscina, preferí arrastrar mis reales por el bar del hotel conectado a internet y con un Flor de Caña 12 años entre pecho y espalda.


Me costó un poco coger el sueño, pero no tardé demasiado en caer en los brazos de Morfeo, el cansancio podía más que otras circunstancias adversas. Debí dormir como un bendito, pero al repuntar las cuatro de la madrugada mi sistema digestivo me avisaba de que había consumado ya tres digestiones en un día y que ya estaba bien de apreturas. Así que llegó el primero de la mañana, que suena a programa de radio pero huele ligeramente peor.

Todavía hubo tiempo para mucho, porque este pedaso de cuerpo no estaba por la labor de reanudar el contacto morféico, no en vano en casa eran ya las doce del mediodía. Me repasé los ochenta y tantos canales de televisión del hotel, y esa labor debió llevarme un buen rato que no acerté a controlar. Zapeando, zapeando pude ver de pasada docenas de canales de películas –sobre todo americanos-, unos cuantos de deportes, de dibujos animados, de teletienda, de telenovelas (¡cómo no!)… En el que más duré fue en la repetición de un partido del Flamengo en la Copa Libertadores del año 1999 contra ya no recuerdo quién… Creo que Independiente. O quizá no. A esas horas, vaya usted a saber.

Así que hastiado de pulsar el botón “cannel +” decidí apagar la caja tonta e intentar acomodarme en el lecho de cuerpo y medio (o queen size como dicen en América) en busca de un rato de desconexión que, no sin mucho rogar, al final llegó aunque poco prolongado, por lo que recuerdo. Y acabé mi estancia en la cama derecha de la 211 del hotel Camino Real navegando por internet con mi netbook (¡qué gran invento este pequeño armatoste!), revisando mi buzón de correo y la página del Marca. Me enteré que la primera eliminatoria de la antigua UEFA va bien para nuestros equipos, ya que ganaron Athletic, Valencia y Villarreal. Por cierto, en Información llevo dos días sin ver artículos en Baix Vinalopó. ¡María José, que ya se han acabado tus vacaciones y no sé nada de Santa Pola!

La ducha fue verdaderamente reparadora, un gustazo de agua en un espacio amplio y bien protegido por la mampara, con una buena presión de chorro, como debe ser. Aún recuerdo sin cariño los tiempos de la maltrecha ducha de la casa cural de San Mateo, donde un fino hilo de agua era lo máximo a lo que podía aspirar para remojar cuerpo y, sobre todo, la pelambrera que en esas circunstancias pensaba seriamente en cortarme al cero.

Otro buen recuerdo del Camino Real fue el desayuno en su excepcional buffet. Una amplia selección de frutas tropicales: papaya, piña, sandía, una especie de melón anaranjado que no recuerdo cómo se llama… Jugos naturales, que no frescos con agua, de varias especies, con su pulpa detectable al paladar (¡exquisito el de papaya!), el consabido gallopinto (muy bueno, por cierto), revuelto de tortilla con taquitos de jamón, un beicon bien tostadito (como a mí me gusta), salchichas, algo de carne y varias opciones más que ya no recuerdo.

Lo que sí recuerdo es la panzada de comer que me metí a las siete y media de la mañana, toda una heroicidad teniendo en cuenta mi escaso apetito matutino, pero es que… ¡mi estómago seguía pensando que eran las tres de la tarde!

Todavía me dio tiempo a grabar con la webcam una panorámica de los jardines y la piscina del hotel y mandar el vídeo al correo de Mar, por eso de darles un poco de goleta. La verdad es que la mañana se presentaba espléndida y había que aprovechar cada momento. A las 8:30 liquidé mi cuenta en recepción y amablemente me llevaron hasta la terminal nacional del aeropuerto Augusto C. Sandino, donde debía subir al avión que me llevaría a Bluefields a eso de las diez.

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