sábado, 22 de agosto de 2009

La tecuatro

Me aguardan casi cuatro horas y media en el aeropuerto de Barajas. A las doce en punto, si todo va bien, despegará el vuelo de Iberia con destino a Miami, donde haré escala hasta acabar con mis huesos en la capital nica. Hay tiempo de sobra para dirigirme a la T4, de donde parten los vuelos internacionales de las Líneas Aéreas de España. La tecuatro es como una pequeña ciudad en sí, con su gente, sus servicios, sus fallos… Hace sólo unos días se quemó un generador eléctrico que dejó la terminal sin luz. ¡Toca madera!


Lo primero que hago es buscar la tienda de la prensa, debo avituallarme convenientemente para un largo viaje y voy a necesitar lectura variada. Ya llevo de serie un libro, “Corsarios de Levante”, de Arturo Pérez Reverte, que será mi fiel compañero durante la expedición. Una de las actividades que más me gusta es mirar estanterías con libros o revistas y emprender la dura faena de decidir qué te compras. Finalmente me decido por la edición mensual del “Muy Interesante”, un cuaderno de autodefinidos para ejercitar la mente y matar el gusanillo y, por supuesto, el “Marca”.

Con un zumo de piña y sentado en una de las cafeterías de la tecuatro comienzo a revisar los comentarios de los partidos del día anterior: la victoria del Madrid ante el Borussia Dortmund (0-5), la derrota del Barça en el Trofeo Joan Gamper (0-1 ante el Manchester City con el debut del sueco Ibrahimovic), también el Atlético de Madrid encarrila la Champions League con su victoria en el infierno griego (2-3 en Atenas)… Y la esperanza de que esta noche el extraterrestre Usain Bolt pulverice el récord del mundo de los 200 metros.

Pasarían un par de horas, un bocata de jamón y queso, varios autodefinidos completados exitosamente y una llamada telefónica a Pepi para anunciarle mi arribada a Madrid hasta que llegué a la última puerta de embarque de la tecuatro, la U74, en cuyo monitor se anunciaba el vuelo IB 6123 con destino a Miami con salida a las 12:00 AM. El embarque se realizó a su hora y volvió a tocarme pasillo. Al menos era el asiento del extremo y no tenía que molestar a nadie para levantarme. Además, tenía el monitor de televisión sólo un asiento por delante y se veía perfectamente.

Pero el tiempo pasaba y aquello no se movía. Extraño, pensé. Un buen rato después, el comandante avisaba por la megafonía que el vuelo sufriría retraso porque faltaba un pasajero por incorporarse (supongo que su vuelo de enlace vendría también con retraso) y ahora debíamos esperar nuevo turno para utilizar la pista de despegue. Total, que las dos horas y tres cuartos de escala en Miami se iban a ver reducidas. ¿Llegaremos a tiempo para enlazar a Managua?

De repente, en la pantalla apareció nuestro avión en vivo y en directo, con una cámara instalada en lo alto de la cola que nos permitía divisar prácticamente la totalidad del aeroplano desde atrás. Se veía todavía cargar bultos en la bodega y nada parecía anunciar movimiento. Finalmente, con casi 45 minutos de retraso, empezamos a notar que el avión se movía. Es más, lo veíamos en la imagen en directo que nos permitió contemplar el despegue desde una perspectiva que jamás había tenido ocasión de conocer.

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