viernes, 21 de agosto de 2009

Despedida en la madrugada



Jueves, 20 de agosto. Año del señor de dos mil nueve.

La despedida que me ha brindado el agosto santapolero no ha podido ser más “calurosa” en el más estricto sentido de la palabra. Lo cierto es que la noche de anoche ha sido una de esas cuatro o cinco de cada verano en las que dormir se hace complicado porque, a pesar de mantener ventanas abiertas y persianas hasta arriba, la brisa marina se ha ido de vacaciones a otros pagos.
Después de un día intenso de preparativos de última hora para un viaje que nació casi sin pasar por el embarazo, directamente de la gestación al parto, a última hora de la tarde me sentía extenuado por el desgaste de mis maltrechas caderas que ya no aguantan muchas bromas. Sin embargo, esta vez la ducha reparadora nocturna me sentó muy bien y ahora agradezco haber optado por cenar ese refrescante gazpacho, dada la temperatura y el grado de humedad que iba a encontrar en el dormitorio.
Antes que el reloj del castillo marcara la medianoche ya me disponía a relajar mis huesos sobre el lecho. Al primer toque me enteré de la goleada del Madrid en Dortmund (un 0-5 no se ve todos los días, y menos en Alemania), de la victoria del Atleti en Grecia y de la derrota del Barça en el Gamper. La noche prometía.
Ya con Pepi a mi lado, haciendo gala de esa alta temperatura corporal que le caracteriza, avanzaban los minutos sin que fuera capaz de conciliar el sueño. Esa inquietud que a uno le entra antes de emprender un viaje, unido a la expectativa de un madrugón de escándalo y a la tórrida climatología, no me dejaba dormir, de hecho ya no sabía qué postura coger. Para más inri, los ruidos eran continuos: el vocerío de quienes se retiran tras una noche de farra, el maldito camión de la basura que no entiende de silenciadores, una pareja de gatos que parecían llevarse como el perro y el gato…
Y en eso, el despertador: las cuatro menos diez. Hora de levantarse. A las 4:30 llegará el taxi de Rico para acercarme a El Altet y hay que dejar el cuerpo preparado para un día largo, larguísimo. Aliviado de peso extra, bien afeitadito y perfumado, llega el momento de la despedida. A Mar la busco en el dormitorio del fondo, acostada al revés, abriendo perezosa un ojo y comprobando que llegó el momento de la partida de papá, lo que la convierte en los próximos once días en mi sustituta al mando de la casa en apoyo de su madre. ¡Qué mayor y qué guapa está la puñetera!
Aún no son y media y el taxi espera aparcado en la plaza. Es el momento de la despedida y del abrazo largo e intenso, como si quisiéramos acumular once días de cariño. “¡Prométeme que te lo pasarás bien!”, me dice a modo de despedida. Por supuesto que lo voy a pasar bien. Ni lo dudes.

1 comentario:

  1. qué guapa soy y qué tipo tengo.
    yo por ahora no quiero someterme al calor corporal de mamá, porque el calor sigue en nuestras habitaciones como los frijoles en tus comidas.
    pero bueno, te echamos de menos, aunque el camión de la basura sigue sin silenciadores. Todo será igual cuando vuelvas.
    Mar (y perdona por robarte la cuenta Google, pero si no, no podría dejarte comentarios!)

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